Cuando queremos comunicar algo, ¿qué es lo que precisamente nos interesa? Se me ocurre una respuesta sencilla: mi pensamiento. Y ¿a quién quieres transmitirlo?, a cualquier persona con capacidad de escucharlo como yo lo envié. Pero ¿qué pasa en el momento en que empezamos a comunicarnos?...como ratas en la ropa sucia surgen de la nada (o de la mugre) muchos fenómenos adyacentes: la ambigüedad del mensaje, la intención inconsciente del emisor, la connotación que el contexto impone, la lejanía conceptual con el receptor, el mundo del otro, la pérdida del sentido y la falta de valor en lo que se dice, etc. Por esto podemos concluir precipitadamente que cuando intentamos comunicar algo, lo único que nos interesa es comprobar nuestra propia existencia. De manera intuitiva sabemos que el deseo de comunicarnos está motivado por la ilusión de afirmar ante alguien que somos algo que expresa y algo que entiende. No nos conformamos con existir y experimentar nuestro ser en el mundo, sino que necesitamos hacer a los demás partícipes de nuestra existencia. Por eso hablamos, para que nos conozcan, para que otros sepan que somos y nos digan quiénes somos.
Esto último es un lugar común, es ya trillado para muchos que "al conocer al otro te conoces a tí mismo" o que "no somos más que el reflejo del otro", lo curioso es pensar por qué se ha vuelto trillado-aburrido. Principalmente supongo que es debido a que, en su momento, hablar del otro era algo nuevo, y hablar de la paradoja del "si mismo-otro" resultaba mentalmente estimulante. Ante la necedad del pensador que se creía idéntico a sí mismo bajo toda circunstancia, se impuso la novedad del pensador creativo que se creía distinto en cada momento. Ensayado este dualismo, el hilo de la discusión condujo al punto obvio: identidad y diferencia son términos correlativos, se necesitan mutuamente para poder tener sentido propio, aunque esto parezca absurdo. La obviedad de la conclusión paró el esfuerzo reflexivo, nos condenó al límite del "si mismo-otro" y con ello se nos dijo que no podíamos jugar más, nos aburrieron de principio.
A esto hay que sumarle otra pareja de correlativos: el individuo y la sociedad. Retomando el punto del texto, quien quiere comunicarse, en teoría, es el individuo, y quiere hacerlo frente a la sociedad o al otro. Pero en la práctica, quien se expresa es la sociedad, es la humanidad como universal intangible quien se afirma en todo momento, quien con su diversidad puede alcanzar la identidad de sí misma: "lo humano". El arte, la ciencia, la filosofía, la tecnología, la moda, etc. son las formas en que lo humano tiene existencia, la historia es el lugar en el que se marca la presencia del humano. Así como en la ciencia el caso particular no tiene ningún peso epistémico, así tampoco lo tiene en la historia. A nadie le importa lo particular, pues lo particular de sí mismo no sale. El individuo sólo se entiende como "yo", sin posibilidad de acceso al otro.
Por este motivo, las palabras que ahora lees no pueden ser manifestaciones de un individuo, en este caso Lucía Artless, sino expresión de un humano, así, tan indiferenciado como te parece. Necesita ser esto así porque en definitiva no creo que a alguien le pueda importar lo que Lucía Artless quiera decir. Si existiera tal individuo (fan mío), quizá existiría con el deseo latente de que alguien se interese en su mismidad así como él lo hace en la mía. Esto es, dicho individuo sólo estaría reproduciendo su deseo y con ello trascendiendo su gusto por mi persona en el gusto por la persona individual, con la esperanza de que ese sentimiento trascendente se interiorice en cada ser particular y en el azar de las instanciaciones, quedar en el interés de alguien. Pero esto ilustra el punto, todo individuo, en su deseo de afirmarse, se trasciende en humano y queda indiferenciado, formando parte de la sociedad o humanidad. Cuando quiere acceder al otro, se tiene que olvidar de sí mismo, cuando se olvida de si mismo no logra nada porque se ha desubjetivado, se ha borrado.